lunes, 20 de diciembre de 2010

El petroleo en Nigeria




Crisis en Nigeria
Infierno petrolero

Michael Watts
CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Ryzard Kapucinski, el gran periodista polaco, escribió una vez que “el petróleo es un cuento de hadas y como todo cuento de hadas tiene algo de mentira.” La terrible explosión de petróleo que engulló un vecindario de Lagos después del día de Navidad – el número de víctimas fatales conocido hasta ahora es de casi 300 – dice menos sobre vándalos que barrenan los oleoductos que pasan por la superficie del miserable mundo de chabolas de la ciudad que de la venalidad, el derroche y la corrupción de un petrocapitalismo nigeriano alimentado por una lluvia de beneficios y la adicción de la modernidad por el automóvil. Las horribles fotografías de esqueletos humanos incinerados que son extraídos de los escombros carbonizados del área de Awori de Abule Egba, un suburbio de Lagos, es un pálido testimonio del fracaso total – la gran mentira – del desarrollo nacional centenario en Nigeria poscolonial. El espectáculo de una nación petrolera en la que cientos de habitantes pobres desesperados de la ciudad se pelean por recoger petróleo y kerosén de oleoductos rotos o barrenados está al centro del miserable fracaso de muchos Estados petroleros, lo que el politólogo de Stanford, Terry Karl llama “la paradoja de la abundancia.”




Nigeria produce más de 2 millones de barriles de petróleo al día (evaluados actualmente en unos 40.000 millones de dólares por año) lo que representa un 90% de sus ingresos de exportación y un 80% del ingreso del gobierno. Nigeria también suministra un 9% de las importaciones de USA y es el pilar de la estrategia petrolera africana del gobierno Bush después del 11-S que prevé que el Golfo de Guinea suministrará posiblemente un 25% de las importaciones de USA en 2015. Una industria petrolera de muchos miles de millones de dólares es, sin embargo, en el mejor de los casos, una ventaja a medias y, para la mayoría de los nigerianos, nada más que un cuento de hadas que ha terminado terriblemente mal. Hacer un inventario de los ‘logros’ del desarrollo petrolero de Nigeria es un ejercicio saludable: Un 85% de los ingresos del petróleo es devengado por 1 % de la población; durante tres décadas tal vez un cuarto de 400.000 millones de dólares en ingresos del petróleo han simplemente desaparecido; entre 1970 y 2000 en Nigeria, el número de personas que subsisten con menos de un dólar al día creció de un 36% a más de un 70%, de 19 millones a asombrosos 90 millones. Según el Fondo Monetario Internacional, el petróleo ‘no pareció contribuir al nivel de vida’ y ‘podría haber contribuido a una baja del nivel de vida.’ El jefe de la contra-corrupción Nuhu Ribadu (una de las pocas luces en un paisaje político tenebroso), afirmó que en 2003 un 70% de la riqueza petrolera del país fue robada o desperdiciada; en 2005 fue de ‘sólo’ un 40%. Durante el período 1965-2004, el ingreso per capita cayó de 250 dólares a 212 dólares mientras que la distribución de los ingresos se deterioró marcadamente.. Desde 1990 el PIB per capita y la esperanza de vida han caído ambos, según cálculos del Banco Mundial. No está bien.




¿Cuál, entonces, es la verdadera historia tras los horrores de Abule Egba? Comencemos con el hecho de que en los días antes de la explosión, era casi imposible encontrar combustible en Lagos y en otras ciudades del país. Filas masivas en las gasolineras durante el período de las fiestas fueron en gran medida el resultado de una industria local de refinación ineficiente y corrupta que funciona, cuando lo hace, bien por debajo de su capacidad. La realidad brutal de la vida en el petro-Estado nigeriano es que el combustible para el uso diario es una de las mercaderías más escasas del país.

Lo que podría asombrar al lector USamericano es una estrategia popular de supervivencia extravagante, y potencialmente letal, es decir el robo de petróleo, que saca a la luz el rancio bajo vientre del desarrollo nigeriano. La miserable calidad de la infraestructura de los oleoductos y su inmediación a las habitaciones humanas ha sido desde hace tiempo un motivo de preocupación para las actividades y comunidades nigerianas en las regiones productoras y consumidoras de petróleo. En los hechos, el reciente desastre en Lagos forma parte de la vida cotidiana. En 2003 visité los restos de una iglesia en Okrika, en el corazón de la región productora de petróleo en el delta del Níger, que había sido incinerada por una explosión de un oleoducto durante la misa del domingo por la mañana. En general, el cuadro es de masiva irresponsabilidad y complacencia de la Compañía Nacional de Petróleo Nigeriana (NNPC, por sus siglas en inglés) que tiene la responsabilidad por la mayor parte de la infraestructura de oleoductos, y de una deprimente falta de liderazgo y de voluntad política en Abuja, la capital federal.




Desde fines de los años noventa, ha habido por lo menos diez explosiones importantes y por lo menos 2.000 muertes asociadas con oleoductos perforados y saqueados. En 1998, más de 1.000 personas murieron en Jesse; más de 300 fueron quemadas vivas en Warri en 2000. Ha habido por lo menos tres fuegos inmensos sólo en Lagos desde fines de 2004, el más reciente el 12 de mayo de 2006. Innumerables otros eventos más pequeños raramente llegan a las páginas de la prensa nigeriana. El anuncio por el presidente Obasanjo de que recién ahora ha aprobado el plan de NNPC de reubicar bajo tierra 5.000 kilómetros de oleoductos, sólo puede ser recibido con estupefacción – y el cinismo más profundo.




Hay por lo menos dos facetas importantes de la historia de Awori. Una es lo que nos dice sobre el vasto mundo nigeriano de barrios marginados del que forma parte Lagos. Según algunos cálculos Lagos tiene una población de diecisiete millones. Mike Davis, en su extraordinario nuevo libro “Planet of the Slums” nos recuerda que tal vez entre un ochenta y noventa por ciento de la población en rápido crecimiento de ciudades africanas – Largos es cuarenta veces más grande de lo que era en 1950 – está alojada en chabolas, una pesadilla dickensiana de escualidez, pobreza y enfermedad. El mundo de chabolas de Lagos desafía toda descripción, en parte porque sus operaciones siguen siendo un misterio. En Ajegunle, una de sus vastos pueblos de lata y cartón, es probable que 1,5 millones de personas habiten ocho kilómetros cuadrados. En un reciente artículo de New Yorker, George Packer describe la ciudad como un montón de basura encendida, poblado por ejércitos de carroñeros que son superfluos y en última instancia desechables. No sorprende que el gobernador Bola Tinubu de Lagos haya visto en los restos carbonizados de Abule Egba, “la vergüenza de nuestra nación.”



¿Y el saqueo de los oleoductos y el robo de petróleo? Es casi seguro que las mujeres y los niños que se juntaron alrededor del oleoducto perforado hayan sido participantes de poca monta. El oleoducto había sido barrenado en Nochebuena y temprano por la mañana había informes generalizados de que se estaban llenando dos camiones tanque en presencia de la policía local. El robo de petróleo – al que se refieren localmente como “bunkering” – es un negocio muy grande y bien organizado en Nigeria. Según algunos cálculos es posible que entre 10 y 15% del petróleo nigeriano sea robado por así llamados sindicatos petroleros. Los lagosianos empobrecidos que llenan de petróleo con cucharas sus bidones son abastecedores a bajo nivel en un vasto ecosistema del crimen que llega a los niveles más elevados del gobierno y de las fuerzas armadas, y que involucra la complicidad de los grandes internacionales del petróleo. En todos los campos petrolíferos del delta del Níger, militares y funcionarios gubernamentales con buenas conexiones han hecho uso de grupos de jóvenes privados de derechos y desocupados para orquestar las tomas de los grandes oleoductos y para conducir las barcazas de petróleo a través del enmarañamiento de caletas en el delta a estaciones de descarga en mar abierto – todo bajo el ojo vigilante de la armada y de los guardacostas nigerianos. A los precios actuales, esta mafia petrolera controla una economía negra de un valor de miles de millones de dólares por año.





Pero el negocio del bunkering ha tenido un efecto contraproducente radical. Grupos juveniles encolerizados, muchos de ellos de las minorías étnicas marginadas del delta del Níger, excluidos en gran parte del proceso federal de asignación de ingresos del petróleo, han logrado el control de importantes secciones del comercio de robo de petróleo. El bunkering financia la compra de grandes reservas ocultas de armas para lo que se ha convertido en una serie de insurgencias en los campos petrolíferos. El movimiento por el control de los recursos y la autodeterminación que apareció a fines de los años ochenta en el movimiento no violento de Ken Saro-Wiwa y del pueblo Ogoni, se había transformado a fines de los años noventa, en una serie de milicias – los Vigilantes del Delta del Níger, la Fuerza de Voluntarios de los Pueblos del Delta del Níger – para las que la hábil alianza de un Estado petrolero corrupto con compañías petroleras transnacionales impunes se convirtió en el objeto de un lucha armada y cada vez más violenta. Muchos de estos insurgentes comenzaron su vida como matones políticos contratados por políticos alimentados por el petróleo en las elecciones de 1999 y 2003 pero su inserción en el negocio del bunkering les ha otorgado una autonomía política y una capacidad militar para realizar una guerra de guerrillas en los pantanos y caletas del Delta del Níger.

A fines de 2005, una milicia hasta entonces desconocida – el Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger [MEND] – tomó una serie de rehenes entre los trabajadores del petróleo y luego montó masivos ataques contra infraestructuras petroleras de propiedad de Chevron, Agip, Shell y de la compañía nacional petrolera nigeriana. A fines de 2006 MEND se ha hecho cada vez más atrevido hasta el punto que algunas compañías han comenzado a evacuar su personal expatriado. La turbulencia de los campos petrolíferos viene de los años noventa y escaló dramáticamente cuando el presidente Obasanjo llegó al poder en 1999. La compañía petrolera nacional estima que entre 1998 y 2003, hubo cuatrocientos saqueos de instalaciones de la compañía cada año. En siete años, las insurgencias y conflictos han costado al gobierno 6.800 millones de dólares en pérdidas de ingresos del petróleo.

Ahora el delta del Níger es casi ingobernable. En un informe de 2005, Amnistía Internacional concluyó que las fuerzas de seguridad nigerianas siguen operando impunemente. El gobierno, afirma, no protege a las comunidades en las áreas productoras de petróleo, mientras asegura la seguridad de la industria petrolera. Las condiciones terribles en el delta son aumentadas por las políticas petroleras transnacionales que han terminado por reconocer que sus prácticas de desarrollo comunitario y de “pagos en efectivo” han empeorado la situación. En junio de 2004, la filtración de un informe interno de Shell Nigeria reveló la contribución directa de la compañía a prácticas corruptas y a la violencia entre comunidades que ha erosionado lo que llaman su “licencia para operar.”

En las cenizas del infierno de Lagos yace una historia mucho más oscura de corrupción estatal, poder corporativo y una creciente insurgencia petrolera, todo enmarcado por la existencia de una pobreza endémica en medio de la riqueza petrolera. Mientras Nigeria se prepara para las elecciones de abril de 2007, el grave peligro es que el alza de los precios del petróleo financiará una inmensa caja electoral para políticos perfectamente dispuestos a desplegar a la juventud inquieta y a insurgentes encolerizados para sus propios propósitos políticos.





En segundo plano están los militares de USA. Según el general James Jones, en un testimonio presentado al Comité de Servicios Armados del Senado en 2005, el nuevo objetivo en África “debe ser eliminar las áreas no gobernadas, contrarrestar el extremismo, terminar los conflictos y reducir la inestabilidad crónica” por el potencial de África de convertirse en el próximo frente en la Guerra Global contra el Terrorismo.” Durante una Conferencia de Poder Marítimo Africano en mayo de 2006, en Abuja, el almirante Harry Ulrich, Comandante de EUCOM de las Fuerzas Navales Europa y África de USA, al referirse al campo petrolífero Bonga de Shell – el mayor de Nigeria, cuyo desarrollo costó 3.600 millones de dólares y que se encuentra dentro de las aguas territoriales de Nigeria – admitió que barcos USamericanos están patrullando los campos petrolíferos dentro del límite de 200 millas: “Nos preocupamos por Nigeria y queremos ayudarla a proteger la región de las manos del criminal marítimo... USA y toda nación buena quiere una costa segura para países que suministran su energía y por eso estamos allí a menudo. De modo que Nigeria no tiene nada que temer.” Ante un trasfondo de militancia que crece en espiral en todo el Delta, los intereses USamericanos han coincidido con las preocupaciones estratégicas europeas en la región y han establecido la Estrategia de Seguridad Energética del Golfo de Guinea.



En diciembre de 2005, el embajador USamericano y el gerente general de la Corporación Nacional Nigeriana de Petróleo acordaron establecer cuatro comités especiales para coordinar la acción contra el tráfico en armas de pequeño calibre en el delta del Níger, reforzar la seguridad marítima y costera en la región, promover el desarrollo comunitario y la reducción de la pobreza, y combatir el lavado de dinero y otros crímenes financieros.




Los grandes del petróleo que enfrentan el cierre de hasta 500.000 barriles por día están inevitablemente preocupados. Un alto analista marítimo en la Oficina de Investigación Naval de USA, reveló a participantes en un conferencia en Fort Lauderdale en marzo de 2006 que: “Shell encabezó a un grupo de compañías petroleras en un contacto con los militares de USA para pedir protección para sus instalaciones en el Delta,” y advirtió que “Nigeria puede haber perdido la capacidad de controlar la situación.” Es una verdadera tormenta de conflicto lubricado por el petróleo. Un infierno petrolero de otro tipo.



Los lectores interesados pueden consultar un nuevo Informe Internacional de Política (2007) publicado por el Centro de Política Internacional en Washington DC por Paul Lubeck, Ronnie Lipschitz y el autor de este trabajo que discute la militarización del Golfo de Guinea. El informe se intitula: "Convergent Interests: US Energy Security and the "Securing" of Nigerian Democracy" .

Michael Watts es director del Centro de Estudios Africanos, Universidad de California, Berkeley

Fuente: http://www.counterpunch.org/watts01022007.html

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